Publicado el Martes 13 de Octubre de 2009
Dicen que algunas especies son capaces de predecir la llegada de terremotos y tsunamis, y que esa anticipación representa la salvación para muchas, que pueden escapar a tiempo. No ocurre lo mismo con otros fenómenos, como el calentamiento global, cuyo avance es más sutil.
La Ballena Franca Austral, monumento natural que hizo conocida en todo el mundo a la Península Valdés, es un ejemplo. “Ahora mismo podemos estar viendo efectos del cambio climático en esa población”, dijo Vicky Rowntree, investigadora norteamericana que dirige el Programa de Investigación Ballena Franca Austral en el que están involucrados el Instituto de Conservación de Ballenas (ICB) en Argentina, Ocean Alliance/Whale Conservation Institute en EE.UU. y la Universidad de Utah, de ese país.
La escasez de krill, su principal alimento, es el peligro más grande que existe para la ballena si el calentamiento global no se detiene. Además, los investigadores no descartan que el arribo cada vez más temprano de los ejemplares a Península Valdés, y algunos varamientos puedan estar relacionados con la cuestión.
Existe, aseguran, una especie de avance que podría indicar cómo afectaría el cambio climático a estos enormes cetáceos. Se trata de lo que ocurre durante el fenómeno climático conocido con “El Niño”, por el cual se produce la aparición de inusuales corrientes oceánicas cálidas en las costas de América.
“El análisis de nuestra base de datos de las ballenas francas que visitan Península Valdés muestra que las ballenas tienen menos crías de lo esperado en años de El Niño, cuando la temperatura de la superficie del océano es más elevada de lo normal alrededor de las islas Georgias del Sur. Estas islas representan una de las áreas de alimentación probables de las ballenas, y también el sector del Océano Atlántico Sur que contiene la densidad más alta de krill”, explicó Rowntree. Este efecto “demuestra que las ballenas son remarcablemente sensibles a los cambios en la abundancia de su alimento”, agregó.
Rowntree trabaja en la Universidad de Utah con el argentino Luciano Valenzuela, cuya tesis académica arrojó una comprobación que puede ser vital para conocer si las ballenas son capaces de resistir al cambio climático. Valenzuela descubrió que las ballenas francas tienen “fidelidad de sitio” a las áreas de alimentación. Esta fidelidad es heredada de madre a cría. “Significa que las ballenas aprenden la ubicación de las áreas de alimentación durante los primeros años de sus vidas y luego retornan siempre a esos mismos lugares generación tras generación”, explicó Valenzuela. “Lo importante de este descubrimiento es que pone en duda la flexibilidad de estos animales para cambiar de áreas de alimentación si es que debido al calentamiento global algunas áreas (como las islas Georgias del Sur) disminuyen su productividad de krill”, agregó.
El peligro es grande. Es que, según explica Valenzuela, “si las ballenas tienen dificultades para encontrar suficiente alimento, probablemente reducirán el número de crías que tienen por año y la población podrían disminuir”.
Existe, sí, una esperanza: las ballenas francas que viven en el Atlántico Norte se alimentan principalmente de copépodos (crustáceos muy pequeños), y es posible que las francas australes puedan sobrevivir alimentándose de esas especies, como de hecho hoy lo hacen haciendo ciertos miembros de la población de Península Valdés. “Sin embargo, no se sabe cuántas generaciones podría tomar para pasar de ser exitosos consumidores de krill a ser exitosos consumidores de copépodos”, dice Valenzuela. En buena parte, dependerá del éxito de la transmisión generacional de nuevas áreas de alimentación.
Si bien la posible disminución de la cantidad de krill representa el principal riesgo, también pueden existir otros efectos. En los últimos tres años, unas 230 ballenas; en su mayoría crías; murieron y quedaron varadas en las costas chubutenses. “Aún no sabemos si existe una relación entre la reciente alta mortalidad de ballenas en Península Valdés y el cambio climático”, dijo Rowntree. “Existen una gran variedad de posibles causas de estas muertes, tales como los patógenos, toxinas y un mal estado nutricional”, indicó.
Según la fundación ambientalista Tierra Salvaje (WEF es su sigla en inglés), que tiene sede en Puerto Pirámides, desde donde salen los avistajes de ballenas, no hay pruebas para relacionar la mortalidad y los varamientos con el cambio climático. Pero hay comprobaciones vinculadas a la cuestión. “Descubrimos lesiones de piel en ballenas provocadas por virus y pensamos que podría tener que ver con el cambio climático”, dijo Gabriela Bellazzi, titular de la fundación. Y agregó: “Del mismo modo, las floraciones algales nocivas son cada vez más frecuentes en el mundo y eso sin dudas se relaciona con el cambio climático. Esas floraciones toxicas provocaron, según nuestra teoría, la mortandad de ballenas del año 2007”. Durante esa temporada fueron 83 las muertes comprobadas por el ICB.
Otro efecto, que en realidad hasta ahora ha sido visto como beneficioso para el turismo, es la llegada cada vez más temprano de los cetáceos a la península, donde arriban para aparearse y dar a luz. “Los cambios en la periodicidad de las migraciones son un indicador de la respuesta al cambio climático que ha sido observado en varias especies, particularmente en aves migratorias del hemisferio norte”, aportaron los investigadores de la Universidad de Utah. Pero hay una cuestión a tener en cuenta que también podría generar ese cambio. “La población ha crecido mucho y lo está haciendo a una tasa muy alta. Lo que se ve reflejado como un arribo más temprano podría estar indicando que simplemente hay más animales”, sostuvo Vicky Rowntree. En efecto, la tasa de crecimiento en la última década llega al 7 % anual. Es decir, de cada 100 ballenas que se ven en Chubut, siete no estaban en la temporada anterior.
Las comprobaciones sobre la Ballena Franca no son menores. Debido a que es la especie de cetáceo que más ha sido estudiada en los últimos años, los resultados de las investigaciones pueden ser extendidos a las demás especies. “La población de Península Valdés es una especie indicadora porque ha sido estudiada continuamente por más tiempo que otra población de cetáceos barbados en el mundo, siguiendo la vida de individuos conocidos”, dijo la especialista.
Ahora bien, ¿qué se puede hacer para que las ballenas no corran peligro por efecto del cambio climático? Rowntree aporta una respuesta: “No estoy segura de si el hombre pueden hacer mucho más para reducir el efecto, además de disminuir la emisión de dióxido de carbono. Una acción directa que podría ayudar, si es que el cambio climático disminuye la abundancia de krill, es establecer regulaciones en la pesca de esta especie. Sin embargo, existe mucha controversia acerca de cuánto krill hay en el océano sur”.
Recuperada de la caza comercial que la afectó durante décadas, ahora para la Ballena Franca el riesgo es otro. El cambio climático llegó para quedarse. La gran incógnita es cómo hará el hombre para reparar, al menos en parte, lo que provocó.
Fuente: Diario Jornada
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